El siglo XIX en Europa fue una era de transformación significativa, marcada por una serie de revoluciones que remodelaron el paisaje político y social del continente. Aunque la Revolución Francesa y la Era Napoleónica fueron finalmente derrotadas, el liberalismo que promovieron perduró y representó un formidable desafío al orden autocrático del Concierto Europeo.
En los años 1820, ocurrió la primera ola de movimientos revolucionarios desde la derrota de Napoleón en 1815. Según el historiador James Billington, los movimientos de esta década ocurrieron en las periferias del continente, en sociedades tradicionales que aún no habían comenzado la Revolución Industrial.
Estas fueron las principales revoluciones de la década:
Trienio Liberal en España
Durante la Era Napoleónica, las tropas francesas invadieron España y derrocaron tanto al rey Carlos IV como a su hijo Fernando VII en las abdicaciones de Bayona, en 1808. El hermano de Napoleón, José Bonaparte, fue instalado en el trono español.
José intentó gobernar el país con la Constitución de Bayona, un documento que elaboró para asegurar su poder mientras aparentemente concedía al liberalismo político. Algunos españoles aceptaron el nuevo régimen, mientras que otros se congregaron en diversas juntas gubernamentales en Madrid, Aranjuez y Sevilla. Estos grupos opuestos deseaban expulsar a los invasores franceses, pero no pudieron hacerlo. Sin embargo, lograron evadir a las tropas napoleónicas y trasladarse a Cádiz bajo protección británica, donde propusieron la Constitución Española de 1812. La constitución La Pepa representó un cambio significativo hacia ideales liberales, enfatizando la monarquía constitucional, la soberanía nacional y los derechos individuales.
No obstante, en 1813, Fernando VII fue restaurado en el trono español y procedió a implementar un régimen absolutista. En 1820, un levantamiento militar liderado por Rafael del Riego lo obligó a restablecer la Constitución de Cádiz, marcando el comienzo del Trienio Liberal (1820-1823). Este período vio el establecimiento de varias reformas liberales, como las libertades civiles y la libertad de prensa. Empero, las potencias europeas articularon una respuesta contra el gobierno revolucionario en el Congreso de Verona, en 1822. Las tropas francesas intervinieron y suprimieron el Trienio Liberal, y Fernando VII volvió a gobernar sobre España sin oposición.
Revolución Liberal en Portugal
Durante la Era Napoleónica, Portugal fue invadido por tropas francesas, lo que hizo que la familia real huyera a Brasil. Los reales dejaron al general británico William Beresford a cargo de sus asuntos continentales, y aun después de que Napoleón había sido derrotado, no querían regresar a Europa. Así, Brasil pasó de ser una colonia a ser parte del Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarve. Este arreglo fue muy beneficioso para los brasileños, quienes aseguraron mantener un acceso sin restricciones al comercio internacional. Al mismo tiempo, los súbditos europeos del Imperio Portugués tenían mucho de qué quejarse, pues estaban sin rey y su dominio económico estaba siendo desafiado por la antigua colonia.
En 1817, el mariscal de campo Gomes Freire de Andrade lideró una conspiración que buscaba destituir a Lord Beresford e introducir una constitución en el país. Sin embargo, el movimiento fue descubierto por el gobierno y finalmente fracasó.
En 1820, el descontento portugués motivaría otra rebelión, esta vez con repercusiones mucho mayores. Inspirados por las Cortes de Cádiz y por la Constitución Española de 1812 (La Pepa) que redactaron, los portugueses se sublevaron exigiendo que el rey Juan VI ratificara una constitución, regresara a Europa con prontitud y restableciera el pacto colonial, cortando a Brasil del comercio extranjero. Ante tales problemas, el monarca aceptó rápidamente las demandas.
No obstante, en los años siguientes, algunas facciones absolutistas reaccionaron contra la constitución propuesta, en las revoluciones de la Vilafrancada y la Abrilada, y los brasileños lucharon con éxito por su independencia en lugar de ser recolonizados. Portugal solo recuperaría su equilibrio político en 1834, cuando los absolutistas finalmente se rindieron al gobierno de María II bajo una constitución autoritaria.
Guerra de Independencia Griega
Desde el siglo XV, había un creciente sentimiento de conciencia nacional entre los griegos que vivían bajo el Imperio Otomano. Fue alentado por los ideales de la Ilustración y por un renacimiento romántico de la cultura clásica, conocido como Filhelenismo. Este renacimiento ideológico y cultural encendió en la población griega el deseo de un estado-nación soberano que reflejara su legado.
En 1821, los griegos iniciaron su revuelta contra el Imperio Otomano. Este fue el primer acto significativo de separación del dominio otomano, marcando el inicio de la fragmentación del Imperio en los Balcanes. La lucha griega rápidamente trascendió los límites locales, atrayendo la atención y participación de las principales potencias europeas, cada una impulsada por sus intereses estratégicos e inclinaciones ideológicas.
Rusia apoyó la independencia, motivada por sus intereses estratégicos en acceder a puertos de aguas cálidas y debilitar a los otomanos, aunque esto entraba en conflicto con los principios contrarrevolucionarios de la Santa Alianza. Francia vio la lucha griega a través del prisma del liberalismo y el nacionalismo, abogando por la redistribución de los territorios otomanos para el mayor beneficio de las potencias europeas. Mientras tanto, la postura inicial de Inglaterra fue conservadora, favoreciendo el mantenimiento de la integridad del Imperio Otomano, pero luego cambió para apoyar la independencia griega bajo ciertas condiciones.
De 1828 a 1829, Rusia libró una guerra contra el Imperio Otomano y obligó a su sultán a firmar el Tratado de Adrianópolis. Según este pacto, los otomanos hicieron concesiones significativas, incluyendo el reconocimiento de la independencia griega, otorgar autonomía a Serbia y permitir un protectorado ruso sobre los territorios rumanos. Empero, con influencia británica, la Conferencia de Londres de 1832 aprobó el Tratado de Constantinopla, que aseguró la independencia de Grecia y frustró la ambición rusa de asegurar un puerto de aguas cálidas, manteniendo un equilibrio de poder entre las naciones europeas.
El éxito de la revuelta griega, como señaló el historiador Eric Hobsbawm, se debió a una combinación de movilización popular y condiciones diplomáticas favorables. El Filhelenismo generalizado en Europa jugó un papel crucial, ya que Grecia se convirtió en un símbolo e inspiración para el liberalismo internacional.
Conclusión
Las revoluciones de los años 1820 fueron el comienzo de una marea hacia formas de gobierno más republicanas o democráticas en Europa. En España, los avances liberales fueron pronto revertidos por las tendencias autoritarias del rey Fernando VII. En Portugal y Grecia, por otro lado, el liberalismo finalmente prevaleció, aunque no sin algunas controversias, como la independencia de Brasil y la interferencia de potencias extranjeras. En resumen, los años 1820 representaron el primer paso hacia relegar el gobierno absolutista al basurero de la historia. En las décadas de 1830 y 1848, surgirían nuevas revoluciones, continuando esta tendencia.
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