
Durante el período colonial brasileño e incluso después de la independencia del país, la esclavitud fue un elemento complejo y brutal en la vida de los africanos y sus descendientes. Fueron sometidos a un sistema de trabajo forzoso y dominación mediante violencia física y psicológica, con el objetivo de ser explotados para generar beneficios económicos. Los esclavos vivían en condiciones inhumanas y no tenían ninguna protección ante la ley. Aun en este escenario adverso, los esclavizados desarrollaron múltiples formas de resistencia y de preservación de sus culturas originarias, las cuales contribuyeron a que dejaran un legado fundamental y duradero en la identidad brasileña.
Resumen
- La mano de obra esclavizada fue el pilar de la economía brasileña durante siglos.
- Existían diferentes categorías de trabajo esclavo: los esclavos del eito, los esclavos domésticos, los esclavos de ganho (esclavos urbanos) y los esclavos especializados.
- Los esclavizados vivían en senzalas en condiciones pésimas de higiene y hacinamiento, y tenían una alimentación básica y de baja calidad, enfocada en mantener su capacidad de trabajo.
- Según la ley, los esclavizados eran considerados propiedad de los señores y, por lo tanto, no tenían derechos civiles.
- La violencia física y psicológica contra los esclavos era amplia e institucionalizada.
- Los esclavizados resistían a la opresión a través de diversas acciones, como sabotajes, lentitud en el trabajo, preservación de la cultura y fugas.
- Los esclavizados preservaron la cultura africana y la adaptaron a Brasil, dando lugar al sincretismo religioso y a grandes influencias en la música, la danza, el idioma, la gastronomía y la medicina en el país.
- Lazos de solidaridad, familias alternativas y hermandades religiosas servían como redes de apoyo social a los esclavos.
El trabajo forzoso
La mayoría de los esclavos en el Brasil colonial estaba vinculada a las actividades agrícolas y extractivas, especialmente en las grandes haciendas y engenhos. Inicialmente, Portugal promovió la esclavización indígena, pero posteriormente pasó a utilizar la mano de obra africana. Los cautivos fueron el pilar de la economía colonial brasileña y de la economía imperial brasileña durante los ciclos de la caña de azúcar (siglos XVI y XVII), del oro (siglo XVIII) y del café (siglo XIX). En términos generales, el trabajo forzoso de los esclavos de origen africano puede dividirse en cuatro tipos significativamente diferentes:
- Los esclavos del eito eran aquellos que trabajaban en el campo y, por ello, sufrían las peores condiciones. En el ingenio azucarero típico, los esclavos empezaban a trabajar al amanecer y seguían hasta el anochecer, bajo la vigilancia de mayordomos armados con látigos. En su gran mayoría, los africanos trabajaban en una jornada extenuante, en un régimen incesante —como se decía en la época, “trabajaban hasta caer de cansancio”. Los esclavos eran responsables de plantar y cortar la caña de azúcar, transportar los troncos pesados al ingenio, alimentar las moledoras y hornos, y realizar otros variados trabajos. Frecuentemente trabajaban más de 12 horas al día, teniendo solo breves pausas para comidas modestas. Era común que comieran harina de mandioca, frijoles y algún pescado seco o carne salada de baja calidad. En las haciendas de café del siglo XIX, la situación era similar o peor. El cafetal se plantaba en terrenos empinados, lo que exigía un intenso esfuerzo físico para deshierbar, cosechar y cargar los sacos. En esa época, eran habituales escenas de esclavos subiendo las laderas de la región de São Paulo con enormes canastos de café en la espalda, mientras eran azotados para mantener el ritmo.
- Los esclavos domésticos eran aquellos que trabajaban en la casa grande, sirviendo directamente a la familia del señor. Cuidaban la cocina, la limpieza, el servicio de mesa, el lavado de ropa, la crianza de los hijos de los señores (amas de leche y niñeras), etc. Estos esclavizados vivían bajo el mismo techo que el señor o en alojamientos cercanos, y tenían contacto diario con los blancos —por eso, solían aprender más rápido el portugués y los hábitos de los blancos. En general, tenían mejores ropas y mejor alimentación, pues comían los restos de la cocina de la casa grande. Sin embargo, su trabajo podía ser extenuante y siempre estaban bajo vigilancia dentro del entorno familiar del señor. Criadas y mucamas, por ejemplo, estaban a disposición de la señora casi 24 horas al día, durmiendo en el suelo del cuarto para atenderla rápidamente. A pesar de ello, disfrutaban de mayor cercanía con las familias de los propietarios y, a veces, conseguían favores por ello.
- Los esclavos de ganho (o esclavos urbanos) eran aquellos que circulaban por las ciudades y prestaban pequeños servicios en nombre de los propietarios. Trabajaban, por ejemplo, como vendedores ambulantes, artesanos, cargadores, barrenderos, empleados en obras públicas o privadas. En el Río de Janeiro del siglo XIX, por ejemplo, era común ver esclavas quitanderas vendiendo dulces y frutas en las esquinas, o esclavos barberos ofreciéndose para cortar el cabello y arreglar las barbas de los blancos. Estos esclavos urbanos tenían cierta libertad de movimiento y podían guardar parte de lo que ganaban (peculio) para, potencialmente, comprar la libertad. Sin embargo, al final del día, debían entregar al señor parte de sus ganancias —si no alcanzaban un mínimo, podían ser castigados. Muchos de estos esclavizados también servían de mensajeros entre diferentes negros de varias partes de la ciudad, difundiendo noticias (incluso de rebeliones).
- Los esclavos especializados eran aquellos que desempeñaban funciones técnicas y cualificadas en las propiedades. Eran, por ejemplo, herreros, carpinteros y cocheros. Estos individuos, por su conocimiento y habilidad, podían gozar de mayor respeto y beneficios. Por ejemplo, los maestros azucareros eran trabajadores centrales para el funcionamiento de los ingenios coloniales. Supervisaban todas las etapas de producción del azúcar, un trabajo muy complejo y, por ello, muy bien remunerado. Era común que algunos maestros azucareros recibieran mejor alimentación o incluso pagos simbólicos y la autoridad para comandar a otros esclavos. Muchos de estos esclavos especializados eran africanos que ya habían ejercido determinado oficio en África (como los herreros de la región de Guinea), o aprendieron un oficio en la colonia. En algunos casos, también, estos esclavos actuaban como mayordomos o capataces de otros esclavos. Muchos capitanes do mato (cazadores de esclavos fugitivos) eran ellos mismos ex esclavos libertos o incluso esclavos de confianza armados.

Las condiciones de vida de los esclavos en Brasil
Los esclavos en Brasil vivían en condiciones muy precarias. En los ingenios, vivían en las senzalas, alojamientos colectivos cerca de la casa grande. El término «senzala» proviene del idioma quimbundo, hablado en Angola, y literalmente significa “residencia de sirvientes“ o “aldea”. Las senzalas solían ser galpones largos, de construcción tosca —paredes de barro y techos de paja o teja— con una sola puerta y pocas ventanas. Dentro de ellas, los esclavos dormían amontonados en el suelo o en esteras, muchas veces encadenados de los pies durante la noche para evitar fugas. El hacinamiento y la falta de higiene convertían estos lugares en focos de enfermedades. En grandes propiedades, había senzalas separadas para hombres y mujeres; en otras, todos quedaban en el mismo barracón. Algunos señores permitían que parejas esclavas tuvieran sus chozas un poco alejadas, pero esto era la excepción.
La alimentación de los esclavos era barata y de baja calidad, aunque suficientemente calórica para mantenerlos trabajando (al fin y al cabo, los señores no querían que sus esclavos murieran de hambre). La base alimentaria era harina de mandioca y frijoles, complementados con carne seca o pescado seco en pequeñas cantidades, y frutas que ellos mismos recogían. En las haciendas de café del Valle del Paraíba, un alimento muy mencionado era la “ración” hecha de frijoles negros cocidos y harina, a veces con chicharrones —servido generalmente dos veces al día. Los esclavos raramente tenían acceso a carne fresca o arroz (estos eran casi lujos reservados a los blancos). Algunos señores les daban una pequeña parcela de tierra para plantar una huerta de subsistencia. Esta práctica, que el historiador Ciro Flamarion Cardoso llamó “brecha campesina”, permitía a ciertos esclavos mantener cultivos o criar gallinas en sus horas libres. Era algo ventajoso para los dueños de esclavos, pues les quitaba la responsabilidad de alimentar a los cautivos. Sin embargo, en muchos lugares, ni siquiera esto era permitido.
En términos generales, los esclavizados poseían poquísimas prendas y objetos personales. Recibían harapos y ropa usada de los blancos. Los hombres solían trabajar sin camisa, mientras que las mujeres usaban solo faldas o telas amarradas. Muchos esclavos andaban descalzos o usaban zuecos de madera, así como sombreros de paja improvisados, que les servían para protegerse del sol. Estas tradiciones en cuanto a vestimenta también formaban parte del sistema de dominación —pues, mantenerlos con ropas toscas era una manera de simbolizar su posición subordinada.
La violencia contra los esclavos
Los esclavos no eran considerados súbditos del Imperio ni ciudadanos, por lo tanto, no tenían derechos civiles ni políticos. Se les clasificaba jurídicamente como “cosas” (bienes muebles pertenecientes a alguien), aunque la legislación los consideraba personas para fines penales (podían ser castigados por delitos). Esta ambigüedad —cosa en un contexto, persona en otro— evidenciaba la deshumanización a la que fueron sometidos. Según la ley, no podían casarse, ni portar apellidos familiares, ni poseer propiedades privadas. También se les prohibía testificar contra los blancos en los tribunales. En suma, los esclavos vivían al margen de las garantías legales.
A pesar de no tener derechos, los esclavizados tenían numerosos deberes. Para explotar al máximo su trabajo y reprimir sus insubordinaciones, el régimen esclavista brasileño se mantuvo por medio de un sistema de violencias institucionalizadas, tanto físicas como psicológicas. Los dueños de esclavos y los capataces recurrían a una variedad de castigos crueles, frecuentemente legitimados por argumentos religiosos y morales de la época. Se predicaba que el esclavo necesitaba del “trabajo arduo como actividad disciplinadora y civilizadora”, un argumento cínico presentado tanto por clérigos como por laicos.
Estos eran algunos métodos de castigo y terror aplicados contra los esclavos:
- El azote: El castigo físico más común era la paliza con látigo. Los esclavos eran atados a cepos o troncos y recibían determinado número de latigazos, según la falta supuestamente cometida (que podía ser desde producir por debajo de lo esperado, hasta huir y ser recapturado, o simplemente desobedecer una orden). Una de las formas más comunes de azote era el “quebra-negro”: la práctica de golpear a un esclavo ante los demás para “quebrarlo” moralmente y enseñar a todos que debían sumisión. Había capataces especializados en infligir sufrimiento sin matar. Los latigazos provocaban laceraciones en la espalda y las nalgas; muchas veces dejaban cicatrices permanentes (los llamados “vergones”). Los esclavos con muchas cicatrices de látigo eran estigmatizados incluso por sus semejantes, pues las marcas indicaban que eran fugitivos o rebeldes.
- Las restricciones al movimiento: Los esclavos considerados fugitivos solían ser atados con collares de hierro y otros grilletes, los cuales dificultaban que se acostaran o se movieran libremente, evitando así nuevas fugas. Estas cadenas se utilizaban durante el transporte de los negros hacia Brasil (en los barcos negreros), en las senzalas, e incluso durante la jornada de trabajo. En algunos casos también se usaban troncos de madera con orificios para sujetar los pies y las manos de los esclavos, dejándolos tendidos en el suelo, sin poder moverse, a veces durante varios días.
- El encarcelamiento: Las haciendas más grandes solían tener sus propias mazmorras — celdas oscuras donde los esclavizados podían ser encerrados por largos períodos. Por supuesto, los negros presos en estos lugares no necesitaban haber sido condenados por un tribunal, bastaba solo una orden emitida por su dueño o por un representante de este.
- Las máscaras de hojalata: Eran un instrumento de hierro con una especie de mordaza que impedía que el esclavo abriera completamente la boca. Se usaba para castigar a esclavos que intentaban suicidarse comiendo tierra, en un intento de regresar a África en la vida eterna, o que robaban comida de las despensas de las casas grandes. Con la máscara, no podían ingerir nada más que líquidos a través de una abertura. Esta tortura podía durar días, manteniendo al individuo en constante incomodidad y humillación.
- El abuso sexual: Muchas mujeres esclavizadas sufrían violencia sexual sistemática por parte de los señores, hijos de señores o capataces que las violaban. De ello resultó una gran cantidad de nacimientos de mulatos (hijos de blanco y negra). Aunque algunos señores reconocían a estos hijos e incluso les concedían la libertad, la mayoría de estos niños mulatos nacían en la senzala y permanecían esclavos, muchas veces sin el reconocimiento de la paternidad. El abuso sexual era parte cruel del poder de los señores, y no había recurso legal para las esclavas, que eran vistas como propiedad sin voz.

En Brasil, eran comunes los castigos colectivos a los esclavos: se castigaba a todo un grupo de esclavos por la falta cometida por un individuo. Por ejemplo, si alguien huía y era recapturado, todos los esclavos de esa unidad podían ser castigados para desincentivar nuevos intentos. Estos castigos colectivos sembraban la desconfianza y la vigilancia mutua entre los cautivos, evitando la solidaridad entre ellos – una táctica deliberada de los señores para mantenerlos controlados.
Además de las torturas físicas, existía una constante violencia psicológica. Los esclavos eran frecuentemente llamados con insultos racistas o degradantes y humillados públicamente. Se les negaba su identidad original, ya que normalmente eran renombrados por los señores, adoptando nombres cristianos en lugar de los africanos.
Los actos de resistencia de los esclavos
Ante la brutal violencia que sufrían, los esclavos no permanecieron pasivos. Muy al contrario, desarrollaron numerosas formas de mostrar insatisfacción, desde las más sutiles hasta las más abiertas. En el día a día, realizaban pequeños actos de insubordinación, como los siguientes:
- Disimulo y lentitud en el trabajo: Algunos fingían estar enfermos, o trabajaban más despacio o de manera intencionalmente deficiente, llevando a cabo un sabotaje silencioso para no dar el máximo beneficio al señor. Otros llegaban incluso a quemar partes de la cosecha, dañar herramientas o provocar incendios en cañaverales y cafetales. Estas acciones causaban gran perjuicio económico a los señores y, por ello, había un gran esfuerzo por intentar combatirlas.
- Mantenimiento de prácticas culturales propias: Aunque los señores intentaban suprimir las expresiones culturales africanas, los esclavos encontraban maneras de practicarlas clandestinamente. Bailes y músicas tradicionales se realizaban en las senzalas por la noche o en días festivos (cuando se suponía que estaban celebrando fiestas católicas). La capoeira, por ejemplo, surgió como un arte marcial disfrazada de danza – permitía a los esclavos entrenar lucha y defensa personal, bajo el pretexto de estar haciendo solo una danza acrobática para “distraerse”. Esto a menudo ocurría en patios escondidos en el monte, lejos de los ojos del señor y sus capataces.
- Actos de violencia contra los señores: Hay registros de esclavos que envenenaron la comida de capataces o señores, o que asfixiaron niños blancos bajo su cuidado. Estos casos eran raros, pero ocurrieron, tal como insinuó el escritor brasileño Machado de Assis en el cuento «Pai contra Mãe». Estas represalias directas generalmente tenían consecuencias terribles cuando se descubrían, pero muestran la desesperación a la que algunos eran llevados.
- Fugas temporales a los mocambos: A veces, los esclavos huían temporalmente de las propiedades de los señores. Querían pasar unos días lejos, despejar la mente, o incluso visitar parientes en otra hacienda antes de regresar voluntariamente al cautiverio. Estas fugas breves eran una forma de resistencia sin necesariamente significar una ruptura con los señores, lo que permitía incluso la negociación de mejores condiciones de trato para los esclavos, demostrando que no estaban dominados.
A pesar de toda la desconfianza y la vigilancia inherentes al sistema esclavista, también floreció la solidaridad entre los esclavos. En las senzalas, se formaban verdaderas familias alternativas —los lazos de sangre entre los africanos eran deshechos por el tráfico negrero, pero surgían nuevos lazos de afecto. Un adulto recién llegado de África podía “adoptar” a un joven como hijo simbólico y transmitirle conocimientos; mujeres mayores cuidaban de los niños mientras los padres biológicos estaban en el campo; en las fiestas de hermandades religiosas, esclavos de diferentes ingenios confraternizaban. Esta sociabilidad ayudó a enfrentar las violencias y a la creación de una cultura afrobrasileña.

La cultura de los africanos en Brasil
Uno de los aspectos notables de la vida de los africanos esclavizados en Brasil fue la preservación (y reinvención) de elementos culturales africanos. Lejos de ser totalmente “aculturados” o de perder sus referencias culturales originales, muchos grupos de esclavos mantuvieron vivas tradiciones que, con el tiempo, se incorporaron a la cultura brasileña en general.
Al llegar a Brasil, prácticamente todos los esclavos eran bautizados en la fe católica, lo que era impuesto por la Iglesia como forma de salvar sus almas. No obstante, la conversión forzada no significó el abandono de las creencias tradicionales. Los africanos escondían sus devociones ancestrales bajo el manto del catolicismo, en un proceso de sincretismo religioso. Así surgieron religiones y cultos afrobrasileños que mezclaban elementos de diferentes regiones, culturas y tradiciones.
El principal ejemplo de esto fue el Candomblé, que floreció, en especial, en la región de Bahía. Deriva de religiones africanas de base familiar y totémica, especialmente las de los pueblos yoruba o nagô y jeje de África Occidental. El término “candomblé”, sin embargo, solo se consolidó a principios del siglo XIX; antes, se usaban términos como “calundu” para las sesiones religiosas de los esclavos. En esta religión, los practicantes cultúan divinidades llamadas orixás, que corresponden a fuerzas de la naturaleza y ancestros divinizados. Para eludir la vigilancia, los esclavos asociaban cada orixá a un santo católico —por ejemplo, Xangô fue identificado con San Jerónimo o San Juan, Iemanjá con la Virgen María, Ogum con San Jorge, y así sucesivamente. De esta forma, podían realizar sus ceremonias pareciendo venerar santos cristianos. Las ceremonias de candomblé se realizaban en lugares apartados, en terreiros cerca de las haciendas o en las periferias urbanas. Incluían cantos en lenguas africanas, tambores, danzas rítmicas e incorporaciones de los orixás en los fieles —todo esto transmitido por la tradición oral, de generación en generación.
Además del candomblé, se desarrollaron otras prácticas sincréticas regionales, como la umbanda, el catimbó y el toré. La umbanda surgió en la región de Río de Janeiro con el objetivo de mezclar elementos del candomblé, el catolicismo e incluso el espiritismo kardecista. El catimbó y el toré, por su parte, tuvieron mayor popularidad en la región Nordeste, como una fusión de elementos africanos, católicos e indígenas. Cabe señalar que este sincretismo religioso no fue exclusividad de Brasil, habiéndose observado también en Cuba y Haití, por ejemplo, a través de la santería y el vudú.
Además de la religión, la musicalidad africana también se arraigó profundamente en la cultura brasileña. Los esclavos trajeron tambores (atabaques), marimbas, ritmos y cantos que influyeron desde las fiestas populares hasta la formación de la samba, siglos después. En las senzalas y quilombos, la música era fuente de fuerza y unión. Bailes como el lundu y el jongo tienen origen afro y se practicaban en los quilombos y comunidades esclavas. El jongo, en particular, se difundió en las haciendas de café del sudeste – también llamado “caxambu”, era una danza de rueda al son de tambores y canto responsorial, considerada la abuela de la samba. La propia palabra “samba” proviene de un término africano —probablemente bantú, significando “danza colectiva”. En las haciendas de Bahía, los esclavos hacían fiestas de “samba de roda” en sus momentos de ocio, con canto y palmas.
Los africanos también preservaron elementos de sus lenguas originarias, aunque el portugués se convirtió en la lengua dominante en Brasil, en gran parte por las reformas implementadas por el Marqués de Pombal. Diversas palabras de lenguas africanas se incorporaron al portugués de Brasil, tales como “senzala”, “samba”, “quilombo”, “cafuné”, “dendê”, “munguzá”, “quitanda”, “moleque”, “fubá”, “oxalá”, “bagunça” y “gingar”, entre muchas otras. Además, la entonación del portugués brasileño fue influenciada por los idiomas africanos, resultando en una forma de hablar diferente al portugués europeo.
Los esclavos intentaban formar familias cuando era posible. La ley prohibía el matrimonio entre personas esclavizadas, pero acostumbraban a celebrar uniones informales. Tales matrimonios irregulares eran a veces incentivados, a veces deshechos por los señores —sea porque pensaban que los esclavos con familia serían menos propensos a huir, sea porque, por conveniencia, vendían a una pareja de esclavos por separado. También surgieron lazos familiares entre esclavos y libertos.
En las comunidades esclavas, los lazos de parentesco por afecto, como llamar a un anciano respetado “tío” o “papá”, creaban una estructura social interna. Había liderazgos informales, como “negros viejos” experimentados que orientaban a los más jóvenes, y las “tías” parteras que ayudaban en los nacimientos. En las senzalas urbanas de Río de Janeiro había incluso cofradías donde los esclavos y libertos se organizaban mutuamente, como la Hermandad de Nuestra Señora del Rosario, compuesta mayoritariamente por negros cautivos. Estas hermandades religiosas afro-católicas tuvieron un papel crucial: además de promover la fe, sus miembros ayudaban a los necesitados, compraban cartas de libertad y realizaban fiestas y funerales dignos para los esclavos – es decir, eran espacios de solidaridad negra bajo la permisividad de la Iglesia.
Por último, importa considerar la influencia africana en la gastronomía y la medicina popular brasileña. Popularizaron el aceite de dendê, el quimbombó, el ñame y la feijoada —según cuenta la leyenda, esta habría surgido del hecho de que los esclavos mezclaban los restos de carne de los señores con frijoles. También trajeron a Brasil el conocimiento de hierbas y prácticas de curación medicinal, como los rezos y las “garrafadas” (mezcla de hierbas en una botella para potenciar sus efectos medicinales).
Conclusión
La trayectoria de los africanos esclavizados en Brasil estuvo marcada por la explotación inhumana mediante el trabajo forzado en diversos sectores económicos, por condiciones de vida degradantes y por una violencia sistémica que buscaba subyugarlos y controlarlos. Sin embargo, incluso ante tanta opresión y la negación de su humanidad ante la ley, los esclavizados demostraron notable resiliencia, desarrollando estrategias de resistencia que iban desde la sabotaje cotidiana y la preservación cultural hasta la lucha abierta y la formación de comunidades. Preservaron y recrearon sus ricas herencias culturales, cuyo legado es fundamental para la identidad brasileña actual. Así, a pesar de la brutalidad del sistema esclavista, la presencia y la cultura africana persistieron y moldearon profundamente el país.
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